EL PALACIO DEL CANTO DEL PICO de Torrelodones

La población de Torrelodones se encuentra a 27 kilómetros de Madrid por la A-6 comúnmente conocida como la Carretera de la Coruña. Cuando pasas por ella a esa altura en dirección a Galicia, dos construcciones te llaman la atención, una a cada lado de la carretera. A la izquierda se encuentra la atalaya medieval musulmana y a la derecha, y algo más lejano, un extraño edificio encaramado en lo alto de un cerro.

Una vez tomada la salida correspondiente debemos coger la carretera M-618, que une Torrelodones con la cercana población de Hoyo de Manzanares.

Entre estos términos municipales, a principios del siglo XX, se unificaron varios terrenos para conformar unitariamente la finca sobre la que está construido el palacio del Canto del Pico.

Si seguimos por esta carretera veremos a nuestra izquierda la entrada “oficial” de la finca de la que sale el camino de tierra que nos lleva hasta el palacio…una entrada que suele permanecer cerrada y vigilada. Pero antes de llegar hasta esta puerta, en el mismo lado de la carretera se encuentra la gran entrada de la Urbanización Los Robles. Debemos adentrarnos en ella y buscar la calle Abeto, al final de la cual, una cadena impide el paso de coches, pero no de caminantes. De ella parte el camino (por llamarlo de alguna manera) más corto hacia el palacio. Un camino que comienza como sendero pero que se convierte al poco en relativamente salvaje y pedregoso. Tras cruzar algún zarzal y ascender como cabras por alguna chepa granítica, llegamos a la tapia semiderruida que delimita la finca…la cual debemos saltar si queremos llegar hasta el palacio.

El edificio en cuestión podría responder a la precisa tipología artística y arquitectónica de “castillo de Drácula”.

De siempre me han gustado ese tipo de edificios. Esos castillos, esos caserones, esos palacetes tan típicos de las películas de terror de los sesenta, de productoras como la Hammer. Tan típicos de la literatura gótica de terror del siglo XIX.

Desde hace muchos años conozco el lugar pero hasta ahora no nos habíamos planteado la idea de visitarlo.

Desde hace también muchos años conozco el Palacio Empain, situado en la actual El Cairo, en la zona que ocupó antaño la antigua ciudad de Heliopolis. Este palacio sigue una estética marcadamente hindú, pareciendo más uno de célebres templos de Khahurajo. Una estética que contrasta con la imagen que tenemos del antiguo Egipto o del Egipto más moderno musulmán.

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Recientemente este palacio volvió expresamente a mi recuerdo. Y de alguna manera que no termino de comprender, días después soñé varias veces pero no con él, sino con el palacio del Canto de Pico. Uno me llevó al otro. Ese fue el detonante.

Este palacio egipcio y el de Torrelodones no tienen aparentemente nada en común, pero algo hay en ellos que lo hace. Quizás es ese algo que los convierte a ambos en “particulares”. En tachuelas atípicas dentro de un entorno marcadamente distinto. Sus particulares estéticas, las personas que los mandaron construir, la época en la que fueron construidos, el misterio que los envuelve, su actual estado de abandono y decrepitud, la decadencia de su presente.

Los años que marcan las últimas décadas de siglo XIX y las primeras del XX son muy peculiares. Son los años en los que surgen los grandes magnates industriales. Esos personajes megamillonarios con aparente carácter filantrópico. Y digo aparente porque el término filantropía designa, en general, el amor a la humanidad y la  ayuda desinteresada a los demás. Y estos personajes no amasaron sus increíbles fortunas dando besos a sus explotados trabajadores,  ni velando por sus condiciones de trabajo, las más de las veces lindantes con la esclavitud.   Monopolistas de los sectores concretos en los que se fundamentó la Revolución Industrial, de la cual vivimos sus últimas consecuencias. Los hidrocarburos, el acero, los sistemas de transporte, los medios de comunicación, la banca…todo quedó en manos de unos pocos. Es la época en la que surgen (sobre todo en EE.UU) los Rockefeller, los J. P. Morgan, los Carnegie o los Ford. Tanto fue el dinero y el poder amasado que una minúscula parte de él lo emplearon en obras filantrópicas. En realidad una parte infinitesimal de sus fortunas pero que supieron darla la publicidad adecuada. Algunos de ellos ejercieron de “nuevos ricos” sufragando museos, bibliotecas y acaparando gigantescas y espectaculares colecciones privadas de arte, algunas de las cuales, con el correr del tiempo y de la suerte, se convirtieron en públicas.

El palacio cairota responde a uno de estos ricos de nuevo cuño, aunque en este caso era europeo y no norteamericano. Fue construido a finales del siglo XIX por el millonario industrial belga, Edouard Louis Joseph, Barón Empain. Egiptólogo de afición, brillante ingeniero, banquero y especulador inmobiliario… que compró a precio de saldo los terrenos que ocupó en un glorioso pasado la antigua ciudad de Heliopolis, con la intención de construir allí un barrio de nueva planta para gentes de importante poder adquisitivo. Y en el centro de aquel nuevo barrio, construyó “su mansión”. “Casualmente” en el subsuelo de aquellos terrenos que compró se encontraba lo que para mí es uno de los lugares absolutamente fundamentales para conocer la historia del ser humano…la historia del Egipto predinástico…la ciudad de Iunu…la bíblica On. Una de las ciudades que se pierden en la noche de los tiempos.

Y este espectacular y misterioso palacio domina todos estos terrenos. Y digo misterioso porque  es un edificio repleto de simbología de todo tipo, repleto de leyendas, de habitaciones como la del “Rosario” a la que solo podía entrar el barón, de mecanismos misteriosos que hacían girar partes concretas de la casa en función de la hora del día, de extrañas muertes (como la de la propia mujer e hija del barón), de un aura de esoterismo digno de las mejores novelas de Lovecraft…pero con la particularidad de que ES REAL. Con la particularidad de que no es fruto de la calenturienta imaginación de un decimonónico escritor ebrio de absenta.

El Barón Empain y el Conde de las Almenas tienen algo que los une.

El palacio del Canto del Pico y el Empain Palace tienen también un aura similar.

Conozcamos este singular edificio torrelodonense.

El Palacio fue construido entre 1920 y 1922 con la intención de ejercer como casa-museo, para albergar la colección de arte de José María del Palacio y Abarzuza, tercer conde de Las Almenas y primer marqués del Llano de San Javier.

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En 1930 fue declarado Monumento Histórico Artístico…tan solo ocho años después de construirse. Y en 1985 quedó incorporado al Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares.

Está situado a poco más de mil metros de altitud, en el punto más elevado del término municipal de Torrelodones. En la cima de una montaña granítica, perteneciente a la Sierra de Guadarrama. Y aparece casi como castillo feudal que domina la finca de unas cien hectáreas y 9 km de perímetro, que es cruzada por el arroyo de la Torre, que vierte sus aguas al rio Guadarrama.

De hecho el edificio está construido de una manera singular ya que en vez de ocupar la amplia zona llana de la cima granítica, se construyó parcialmente sobre una roca gigantesca en torno a la cual se edificaron parte de la planta baja y de los sótanos del inmueble. Sin duda este lugar es importante. Tanto como para edificar sobre él. Tanto como para no dinamitar la roca para facilitar la tarea de los albañiles y canteros. Me recuerda a como algunas iglesias medievales se construyeron sobre menhires megalíticos, sin destruir estos, sino incorporándolos a la obra de arquitectura. Algo que sucede en alguna catedral francesa o geográficamente más cercano en el dolmen sobre el que se construyó la iglesia de la Santa Cruz de Cangas de Onís.

Lo primero que llama la atención del Canto del Pico es su lamentable estado de abandono, quizás derivado en cierto modo, por ser un edificio con cierto carácter de “incómodo” debido a su particular historia y debido a su más eminente propietario. El general Franco. Porque en España aún escuece todo lo relacionado con el dictador aunque lleve enterrado cuarenta años. Y si el ser humano hubiese tenido siempre ese tipo de remilgos ideológicos, no podría imbuirse de las mayores obras de arquitectura que existen en el planeta desde las obras de los Medicci en Florencia a la catedral de San Basilio en Moscú ordenada construir por Iván “el Terrible” o El Escorial de Felipe II o la Ciudad Prohibida de Pekín.

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Un estado al que no ayudan las innumerables pintadas que por todas partes nos asaltan como si fueran las verdaderas dueñas de aquellas paredes. Como un virus que conquista y socava un cuerpo sano.

Un abandono que se magnifica cuando ves algunas postales antiguas (algunas de las cuales reproduzco sin el menor remordimiento) en las que se puede apreciar al palacio en todo su esplendor, y las comparas con el actual estado.

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Pero comencemos por el principio.

El palacio  tiene algo que lo asemeja con la Kehlsteinhaus. El Nido del Águila de Adolf Hitler, en los Alpes bávaros cerca de Berchtesgaden.

Los dictadores, sean del signo que sean, suelen tener gustos similares y son proclives a mirar desde arriba el paisaje dónde viven sus súbditos. Quizás su deseo de emparentarse a los dioses que miran a los pobres y mortales humanos desde lo alto del monte Olimpo.

El edificio fue legado en extraño testamento por su dueño y constructor don José María de Palacio y Abárzuza, III conde de las Almenas, a Francisco Franco en 1940. Y digo extraño pues en vez de legarlo a su nieta Carmen, como podía parecer más lógico, la desheredó para dárselo al dictador, al que por otra parte, ni tan siquiera conocía directamente, aunque simpatizase con su mesiánica y “sacrosanta cruzada nacional”.

En el lado sur del edificio se encuentra un mirador desde el que se puede apreciar más de una treintena de las poblaciones serranas madrileñas. Y a lo lejos, la silueta de las cuatro torres de Mordor, se yergue amenazadora sobre toda la provincia.

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La energía en esta zona granítica se me torna densa y pesada. Estos terrenos de granito cada vez me son más ásperos. La sierra de Guadarrama tiene para mí mucho de eso.

Una tradición dice que el noble eligió el lugar debido a recomendaciones médicas, pues parece ser que se creía que el lugar poseía fuertes concentraciones de rayos ultravioleta, supuestamente beneficiosos para la salud. Rayos ultravioleta no sé si habrá pero lo que sí hay seguro es el radioactivo gas radón, tan típico de las concentraciones graníticas.

No sé si será por este gas que supura por las grietas de las rocas fracturadas, pero lo cierto es que estos terrenos graníticos no me suelen dejar indiferentes. Los hay espectaculares, como aquellos sobre los que está construido el monasterio de San Antonio en la Cabrera…pero también los hay inquietantes, como es el caso de estos sobre los que está construido el palacio del Canto del Pico.

También es cierto que este carácter inquietante puede ser debido a las “memorias” que se guardan este lugar en concreto. No es necesario que existan “fantasmas” dignos de salir en el programa de Iker Jiménez, pero la piedra…y más el granito, es una increíble memoria USB biológica.

Mi experiencia me dice que es un terreno que remueve emocionalmente. Sin saber muy bien por qué, te ves pensando cosas no habituales. Surgen miedos inconscientes donde antes había tranquilidad y sosiego. Surgen silencios donde antes había locuacidad. Surgen enfados donde anteriormente existía relajación y tranquilidad. Tampoco sé si se trata tan solo de una sensación estrictamente personal o de si hay algo más con carácter más general. Solo puedo hablar de lo que yo siento y veo. De lo que vean o sientan los demás no puedo responder. Bastante tengo con observarme yo mismo…y con observar al que observa.

El edificio en sí es imponente. Mucho más al natural que en fotos.

Construido en estilo eclecticista, donde predomina el neogótico. El eclecticismo es el estilo arquitectónico donde todo vale. El estilo de finales del XIX y principios de XX en el que se mezclaba sin sonrojarse lo clásico con lo medieval. Lo barroco con lo medieval. Lo renacentista con lo medieval. El original con la copia.

Fue construido como casa-museo, para conservar la colección de piezas artísticas y arqueológicas del conde de Las Almenas, muchas de las cuales quedaron integradas dentro de la estructura.

El edificio albergó elementos arquitectónicos y decorativos representativos del arte español de los siglos XII al XVII.

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A unos 500 metros del edificio se encuentran las ruinas del jardín, igualmente concebido y proyectado por José María del Palacio y Abarzuza, donde también hay depositadas diferentes piezas arquitectónicas pertenecientes a la colección de arte del conde.

El resto de la finca ofrece un aspecto agreste, aunque también fue objeto de distintas intervenciones, consistentes en inscripciones, bancos, escaleras y miradores, tallados en la roca.

El palacio fue tomando forma a base de expolios diversos.

Se trata de un gigantesco puzle donde se mezclan todo tipo de restos arquitectónicos y escultóricos, sobre todo medievales y renacentistas hispanos. Techumbres mudéjares, capiteles y columnas góticos, arcadas monasteriales, blasones nobiliarios, vírgenes góticas, enrejados catedralicios… Así, en la lista concreta de expolios en distinto grado que acabaron en el palacio del Canto del Pico tenemos:

Columnas y capiteles góticos del castillo de Curiel (Valladolid), puertas de las Salesas Reales de Madrid, techumbres de Teruel, Toledo y Curiel, una Virgen de la capilla de la colegiata de Logroño, sillas del coro de la catedral de la Seu d´Urgell y columnas de Lleida y del Palacio Zaporta de Zaragoza, o un artesonado procedente del palacio de Albatera (Alicante) que instaló en el salón.

En el palacio también se exhibía el pequeño claustro gótico de la Casa del Abad, del monasterio cisterciense de Santa María de la Valldigna, (Simat de Valldigna, Valencia), que estaba instalado junto a la fachada oriental. Claustro que después de un largo proceso de reclamaciones por parte de la Generalidad Valenciana, fue devuelto a su lugar de origen en 2006 tras su compra a la actual empresa propietaria.

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El artífice de este tetris artístico, de este auténtico capricho febril fue una obra personal del aristócrata y anticuario coleccionista, José María del Palacio y Abarzuza (1866-1940), nacido en Londres, primer marqués del Llano de San Javier (título fue otorgado por Alfonso XIII en 1896), Caballero de Santiago y tercer conde de las Almenas. De este último título nobiliario se hace alarde en lo alto de las cubiertas oriental y meridional, con dos grandes coronas metálicas.

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El conde de las Almenas hizo en vida buenas migas con Arthur Byne (del que hablamos en la primera parte del artículo que dedicamos al Cementerio Británico).

“Dios los cría y ellos se juntan”

Byne trabajó como traficante de arte para William Randolph Hearst, magnate de prensa retratado por Orson Welles en la película Ciudadano Kane.

Y en su nombre expolió numerosísimas obras de nuestro patrimonio artístico para saciar la sed megalómana de aquel que le pagaba. Algunos los compró a bajísimo precio, otros directamente los robó Entre 1915 y 1935 se llevó monasterios, iglesias, conventos, catedrales… los cuales desmanteló para llevárselos piedra a piedra a EE.UU. con vistas a decorar los palacios  que Hearst poseía en Florida o el conocido Castillo de San Simeón en California.

Recordemos el curriculum resumido de expolios que realizó Byne por toda la península:

El Monasterio segoviano cisterciense de Sacramenia, que compró por la ridícula suma de 40.000 dólares, llevándoselo a EE.UU, haciéndolo pasar por materiales de construcción. Y todo ello a pesar de estar aprobada en España (1926) la primera ley que prohibía la exportación de obras de arte.

El Convento de San Francisco de Cuellar en Segovia, el cual fue desmembrado entre 1907 y 1927. Algunas de sus partes se encuentran en la Hispanic Society de Nueva York.

Parte de la estructura gótica del Castillo de Benavente en Zamora, y que hoy día se encuentra en paradero desconocido.

El Monasterio de Ovila en Guadalajara, que compró en 1931 con la intención de reconstruirlo en San Francisco, cosa que nunca hizo.

La Reja de la Catedral de Valladolid fue revendida en 1956 al Metropolitan de Nueva York.

Arcos y sillerías de coro de la Catedral de Seo de Urgel en Lérida fueron llevados al Castillo de San Simeón, que poseía Hearst en California.

Y finalmente, la colección de arte del Conde de las Almenas. La historia de esta colección es realmente rocambolesca ya que con la excusa de una exposición temporal en EE.UU fue sacada de España… pero en realidad, allí fue vendida sin el menor escrúpulo y sin el menor atisbo de legalidad. Parece más que probable que el propio conde acuciado por problemas económicos puso en venta su colección de arte en 1921, ejerciendo de intermediario Arthur Byne para el magnate Hearst.

Una colección que ya previamente el conde de las Almenas había ido reuniendo de una manera, cuando menos sospechosa, para que fuese a parar a su palacio de Torrelodones. De hecho, incluso parece que hay notas de prensa de la época que hablan del hecho de que allá por donde aparecía el conde…algo siempre se extraviaba y acababa en paradero desconocido.

El mundo del expolio tiene caras contrapuestas pues en el caso concreto del monasterio de Valldigna en Valencia, este estaba abandonado desde la desamortización de Mendizábal de 1835. Lo que quiere decir que si no se lo hubiese llevado el aristócrata para su mansión, hoy día estaría casi con toda seguridad perdido.

El mayor daño histórico a nuestro patrimonio probablemente venga de aquellas desamortizaciones eclesiásticas del XIX…aunque socialmente seguro que fue una medida perfectamente válida para la época. E incluso ahora. El problema es que se limitaron a expropiar bienes eclesiásticos sin pensar en qué hacer con ellos, lo que llevó a la gran mayoría de los edificios a la más absoluta ruina…y nuestro legado histórico con ella.

Pero volvamos al palacio.

Durante los escasos años que duraron las obras, estuvo al frente de ellas, el maestro cantero  local Prudencio Urosa ayudado por otro de apellido Mazarredo. Aunque algunas fuentes citan también al ingeniero Antonio Ramos entre los participantes. Y entre unos y otros, junto con las ideas del propio conde, se fue gestando este singular edificio.

José María Palacio era hijo del senador conservador Francisco Javier Palacio y García de Velasco (1840-1902). Aunque formado como ingeniero agrónomo prefirió volcarse en sus aficiones artísticas, hasta el punto de arremeter duramente contra las restauraciones emprendidas por el arquitecto Vicente Lampérez y Romea, el más claro seguidor español de Viollet-le-Duc famoso por las restauraciones “imaginativas” que llevó a cabo sobre edificios medievales…aunque después, José Palacio  mismo llevase a cabo unas mezclas artísticas más dignas de un psicópata megalómano que de un amante del arte.

El caso de Viollet-le-Duc es controvertido ya que si bien es cierto que se inventó muchos de los aspectos en sus restauraciones, cada vez me he vuelto más transgresor en ese sentido,  y con menos respeto por lo académico.

El suceso quizás más conocido acaecido en el palacio del Canto del Pico fue la muerte en sus escaleras del expresidente del gobierno Antonio Maura en 1925. Maura acostumbraba a visitar el palacio del Canto del Pico desde su propia finca y palacete, de nombre “El Pendolero” creada en 1911 y situada a escasa distancia del Canto del Pico. Y durante una de estas, cayó desplomado en una de sus escaleras.

De hecho existe una placa conmemorativa, dentro de palacio que recuerda este suceso luctuoso

 Bajando por esta escalera, ascendió al cielo don Antonio Maura

 En 1936, al comienzo de la contienda, el conde perdió a su único hijo Ignacio de Palacio y Maroto (nacido en Madrid en 1895). Mientras su padre, el tercer conde de las Almenas, subsistió hasta  1940 en que falleció en Torrelodones. El conde testó el palacio en favor de Franco…y como dijimos anteriormente, en contra de su propia nieta.

Y tras ver fallecer a su único hijo, tuvo que ver como el palacio fue ocupado y utilizado poco después durante la Guerra Civil como sede del cuartel general republicano de Indalecio Prieto y los generales Miaja y Rojo durante la batalla de Brunete en julio de 1937.

En 1940 Franco pasó a residir definitivamente en el Palacio del Pardo, a tan solo siete kilómetros del Canto del Pico. Distancia que se acortó considerablemente al mandar construir una carretera que los unía. Hasta ese momento, residió temporalmente en el Castillo de Viñuelas.

En 1955 la finca quedó libre de exenciones fiscales pues el Supremo había declarado el palacio “museo del estado” sin que jamás pudiera visitarse.

Tras la muerte de Franco, el inmueble pasó a sus herederos, que lo vendieron en 1988 a José Antonio Oyamburu Goicoechea, transfiriéndose después a la empresa holandesa Stoyam Holdings Limited (SHL), aunque actualmente  parece que los actuales propietarios son la empresa británica Royan Holding S.L., la cual lo adquirió para reconvertirlo en un hotel de lujo. Pero el proyecto parece ser que fue bloqueado en 2001 por la Consejería de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid por considerar que el edificio estaba enclavado dentro del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares.

Durante las últimas tres décadas el palacio ha ido de mal en peor, sufriendo incluso un incendio que destruyó gran parte de las cubiertas en 1998. Desde entonces el más cruel expolio acabó con todo aquello susceptible de ser robado (artesonados, carpinterías y cerámicas del taller talaverano de Ruiz de Luna entre ellos). Lo que sumado al destrozo originado por carecer de cubiertas ha convertido en pura ruina lo que en otros tiempos fue digno de contemplar.

Desde el punto de vista legal el palacio ha sido objeto de una reciente polémica pues el gobierno de la comunidad madrileña inicializó expediente para revocar la calificación de Bien de Interés Cultural fijada por la ley de Patrimonio Histórico Español de 1985, reconvirtiendo la de Monumento Nacional que había alcanzado en 1930.

La administración integró al palacio dentro del inventario de bienes culturales de la Comunidad pero despojándola de su calificación Bien de Interés Cultural. Alegando que el cambio de calificación era requisito para que se llevase a cabo la devolución de los restos procedentes del claustro de Valldigna a la Comunidad Valenciana.

José de Vicente Muñoz, maestro de la población intentó a mediados de los ochenta incentivar sin éxito la restauración del lugar. Llegando a intentar, también sin éxito el traslado de la biblioteca de palacio, ante la visión preclara de la futura destrucción de sus libros dado la ruina de sus instalaciones.

A día de hoy esos libros, por supuesto, no se encuentran en la que debió de ser la extraordinaria biblioteca del palacio. ¿Dónde están? Quién sabe. Lo cierto es que sería interesante conocer el catálogo de los libros acumulados allí. Seguro que no solo había libros de arte. Sus títulos nos dirían mucho acerca de la extraña personalidad del Conde de las Almenas. Porque sin duda debió de tener muchos, si observamos algunas viejas fotografías y el gran espacio que ocuparon las bibliotecas de la casa.

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Otra parte, sin duda curiosa es la entrada de carruajes de la que parten las escaleras principales que comunican todo el edificio, que más parecen de bajada a una cripta. Al fondo de esta entrada se encuentra el supuesto garaje con un singular mecanismo consistente en una plataforma giratoria para girar el coche sin necesidad de tener que salir marcha atrás. O la increíble capilla en la que se llegaban a dar misas. O el jardín romántico del que ya apenas queda nada. Unos jardines que debieron parecerse a los del Capricho, con sus senderos que llevaban a lugares concretos, pequeñas cuevas, miradores… O la extraordinaria balconada con fuente incluida, o las numerosas chimeneas

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En 2005 se repusieron algunas cubiertas y se sellaron puertas y ventanas para evitar futuros vandalismos, cuando ya casi nada quedaba dentro del palacio. Unos enladrillados que a día de hoy están más destrozados que sanos…y gracias a los cuales pudimos acceder al lugar.

Un lugar que a día de hoy aparece totalmente apuntalado y cuyos pisos ofrecen algunas lagunas en lo referente a la seguridad.

Y aún a pesar de todo…digno de contemplarse.

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